Los continuos ‘sube y bajas’ a los que se acostumbró quien peregrina en las primeras jornadas, protagonizan de nuevo esta larga travesía de casi treinta kilómetros. Habrá pueblos amurallados posados en el fondo de valles, puertos de pendientes modestas y un pico más que exigente al abandonar Salinillas de Buradón, el portillo de la Lobera. Al final, tras superarlo, el paisaje sufre otra transformación radical: aparece La Rioja Alavesa, tierra de ordenados viñedos que domestican el paisaje